Emprender a los 50 (y sobrevivir a tus propias dudas)

O cómo volverte una CEO sin morir de autoexigencia ni pedir permiso

No fue un lunes.
Ni un 1 de enero.
Fue un día cualquiera, de esos que te pillan con la autoestima en modo «batería baja», la cuenta del banco parpadeando en rojo, y el corazón oscilando entre el “quiero hacerlo” y el “¿quién me creo que soy?”.

Porque, amiga, emprender a los 50 no es como a los 20.
A los 20 llevas mochila. A los 50, maletas. Y bien cargadas: experiencias, decepciones, facturas emocionales sin pagar, aprendizajes, heridas abiertas… y sí, también un radar afiladísimo para detectar bullshit a kilómetros.

Y lo más importante: ya no estás para perder el tiempo.
Ni para pedir permiso.
Ni para encajar donde ya no cabes.

Yo no llegué a esta edad para hacer sombra. Vine a ocupar mi lugar. A veces con miedo, otras con el rímel corrido, pero siempre con una certeza brutal: tengo algo que aportar y me lo voy a tomar en serio.

¿Y sabes qué? Emprender a los 50 es un superpoder.
Porque ya no te tragas cualquier curso con tipografías monos y promesas de “vive de tu pasión en 3 pasos”. Porque aprendes a decir “esto no me vibra”. Porque ya no te importa tanto el like, sino la libertad.

Y hablando de historias reales…


Una amiga. Una bomba. Una historia de renacimiento.

Esta semana hablaba con una amiga. De esas guerreras silenciosas.
Llevaba toda su vida (sí, desde los 21 años) trabajando en su propia tienda de ropa. Empezó vendiendo lo básico, pero con el tiempo transformó ese rincón en una boutique con ropa italiana espectacular y clientela adinerada que se derretía por su estilo (ella es más elegante que un café con copa).

Durante más de 40 años construyó un imperio con su pareja… hasta que el castillo se desmoronó. Una traición. Una caída. Lo perdió todo.
Todo.
Hasta la casa.
Con 52 años y dos hijas, tuvo que empezar de cero.

Buscó trabajo por primera vez en su vida. No sabía ni cómo se hacía un currículum. Le dijeron “eres mayor para esto” más veces de las que una mujer debería escuchar.

Acabó en una tiendita humilde, vendiendo ropa para personas mayores, haciendo más horas que el Big Ben… y cobrando como si viviera en 1980.

Y por si fuera poco, su madre falleció y a mi me amiga 2 meses después le detectaron una “bombita” de sangre en la aorta. Un mal movimiento… y adiós.

Pero ella, terca como solo una mujer en reconstrucción puede serlo, seguía con su sueño:
montar un emprendimiento.

¿Lo tenía todo claro? Para nada.
Ni nicho, ni estrategia, ni nada. Solo una idea desordenada, unas ganas de salir adelante… y una obsesión con el logo y el nombre.
(Ay amiga, cuántas veces confundimos los pendientes con el vestido entero).


¿Dónde entra TIVA en esta historia?

Pues justo ahí.

Con un ebook de los míos, de esos que parecen “solo plantillas” pero tienen preguntas que te sacuden el alma, ella logró aterrizar su historia.
Poner en palabras su caos.
Convertir dolor en propuesta de valor.

Porque hoy no se vende producto, se vende conexión.
Y lo que tú has vivido, eso que crees que es “tu caos personal”, es tu mejor branding.


¿Cómo puedo ayudarte desde TIVA Digital?

  • A crear una marca coherente (porque sí, se nota cuando solo es bonita pero no conecta).
  • A construir algo vendible, pero sin disfraz.
  • A mostrarte sin parecer influencer, solo auténtica y magnética.
  • A usar tu historia como catapulta, no como excusa.

¿Lista para hacer que tus 50 no sean una crisis, sino tu renacer más espectacular?
Escríbeme. Que lo que viene, no es una historia cualquiera.
Es fuego. Y es tuyo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *